Doña Mayor

Voces tras las sombras, de Marisa García Viñals
Como reconocí en la presentación de este libro, no soy lo que se pudiera llamar un ejemplo de lector, pero para ser la primera vez, casi, que presento un libro y no a los que presentan un libro, debo reconocer que pasé un buen rato y que me sorprendió, sobre todo, la irrupción de Doña Mayor, para dar su versión de la historia narrada por la escritora.



Voces tras las sombras
Tragedia y pasión de la Condesa doña mayor en el valle de Benasque

Suelo en este tipo de actividades del Instituto de Estudios Altoaragoneses, limitarme a presentar a los presentadores de los libros. Pocas veces asumo el papel de presentador de nuestras publicaciones, incluso cuando he participado en ellas de manera directa.
Por ello, cuando recibí la invitación para comentar la novela Voces tras las sombras, de Marisa García Viñals, de editorial Milenio, ajena al Instituto, mi primera respuesta fue una negativa.
No soy un lector ni constante ni convulsivo, como les ocurre a muchos de los amigos y amigas con los que convivo. Me he especializado fundamentalmente en leer acuerdos, reales decretos, convenios y otras lindezas. A la hora de lo que todos entendemos como lectura prefiero, en todo caso, los relatos cortos incluso cuando con ellos se compone un libro. Los artículos de opinión o las críticas de arte, por encima de las grandes novelas, históricas o no, que los medios de comunicación, esos grandes vendedores de lo que sea, acaban obligándote a leer, ya que, en caso contrario, no estás en la onda .
Desde hace años no me atrae la novela como género. Leí el Quijote un par de veces durante mis años de bachillerato, probablemente para no aburrirme demasiado. Lo hice con el mismo entusiasmo que encontré en la lectura de la Summa Teológica de santo Tomás, durante los estudios de filosofía y magisterio, es decir, nada de entusiasmo. En mis tiempos de adolescencia y juventud, entonces tan precisamente delimitados, leí algunas novelas por el solo hecho de que no debía de hacerlo, ya que estaban en el índice de prohibiciones. Pero fui perdiendo progresivamente el interés por los sistemas de expresión que me alejaban de la realidad, estuvieran construidos con palabras o con imágenes.
Una de las ideas que comento con frecuencia a mis estudiantes en clase es que la historia cuenta la verdad de quien la escribe. En la facultad de Bellas Artes nos explicaban que a la hora de dibujar éramos incapaces de no añadir al cuerpo del modelo alguna de nuestras características somáticas. Que dibujábamos sistemática y simultáneamente lo que teníamos delante y lo que teníamos dentro. De ahí que ninguno de los dibujos fuera comparable al del caballete de al lado.
Como finalmente dije que sí haría la presentación de Voces tras las sombras, hice una excepción y he ido leyendo a ratos (mayores de lo habitual) la novela de Marisa y me he encontrado con una pieza, que si fuera plástica y no literaria, catalogaría dentro del procedimiento que los historiadores del arte y los críticos conocen como collage. Que ha producido, por cierto, obras maestras especialmente a lo largo del siglo XX.
En ese procedimiento los materiales tienen diferentes procedencias, como en la tragedia y pasión de la Condesa doña Mayor en el valle de Benasque. Recortes de viejísimos periódicos que hubieran podido ser escritos hace casi más de mil años, pegados sobre el papel que hace de soporte, provisto de una cromática cambiante a lo largo de las páginas. Fotos contemporáneas rasgadas por la propia materia de la narración, yuxtapuestas a códices guardados milagrosamente a lo largo de siglos de descuidos.
La pieza reconstruye un momento especialmente importante para entender algunas claves de nuestra historia, que arranca en ese momento en que doña Mayor decide poner sobre la mesa algo que todavía no ha calado del todo en las sucesivas sociedades en el final de un milenio que entonces arrancaba: “Solo nos desprecian cuando toleramos que suceda. Mi voluntad confirmará mi futuro. Si fracaso o triunfo no será por un hombre, sino por mí. Yo decido. Gane o pierda solo yo guardo la llave de mi destino” afirma tajante doña Mayor convertida en la Electra socrática desde las ensoñaciones de la escritora que la recrea.
A través de las pinceladas históricas y los relatos de presente, queda patente que la presencia de la mujer en nuestro territorio, a lo largo de los siglos, es uno de los principales cauces de tradiciones y formas de vida, especialmente en el mundo rural.
La novela histórica puede ser una forma de huir del presente, pero en el caso de Voces tras las sombras, el presente y el pasado se mezclan como lo hacen, los distintos procedimientos pictóricos en un collage, y como ocurre también con los personajes que protagonizan el relato acompañando a la Condesa doña Mayor en sus soledades. Personajes que resumen una sociedad tan falsa como la nuestra en la que pocos sentimientos son lo que parecen. En la que se mezclan los amores con los intereses, como siempre ha ocurrido y al parecer siempre ocurrirá.
Marisa García demuestra que la novela histórica, además de posibilitar la huida del presente puede servir también para indagar en nuestro tiempo sin caer por ello en anacronismos y, sobre todo para indagar en lo que de permanente hay entre hombres y mujeres a lo largo de los siglos. Un antiguo episodio que muestra un mundo violento de hombres encarnizados contra una mujer que no dudaba en enfrentarse a sus poderosos enemigos especialmente en situaciones realmente desesperadas en las que podía rendir más que nunca. Ganaba en fuerza, valor y confianza, afirma Mayor. Ante cada batalla en la que había de detenerme y mirar el miedo de frente, sucedía el milagro. ¡Más que una mujer era una Furia!
Todo ello en escenarios que nos son tan queridos como la catedral y fortaleza de Roda de Isábena o los monasterios de Santa María de Obarra y Alaón, o los castillo de Fantova, Benasque y Dos. Los cauces del Ésera, el Isábena y el Nogeura Ribargozana o los valles de Lierp, de Sos, de Castanesa o de Benasque, descritos con tonos de realidad antigua, con la cromática de las laderas exultantes de naranjas, rojos y violetas en los otoños de Chía o de Eriste.
La cromática cambiante, casi siempre con la calidez de la sangre derramada y de los amores intensos, recorre este collage que Marisa García Viñals ha compuesto para los amantes de la novela de historia.
El hecho de que sea la segunda edición en solo unos meses no puede ser fruto únicamente del momento dulce que vive el género. Eso solo no asegura la buena acogida de los títulos y Voces tras las sombras lo ha logrado, sin duda por sumar a la plasticidad de su prosa, la facilidad en la reconstrucción de las situaciones, las escenas y los personajes que iniciaron una andadura histórica que acabaría llamándose Aragón.
Solo puedo decirles que he disfrutado y que sin duda ustedes lo harán cuando lean la novela.
Fernando Alvira

y dos pinturas

Andaban por las tripas del ordenador desde hace días. El paisaje nevado le gustó a un amigo que se lo quedó el mismo día que lo había terminado. Es una vista más falsa que un duro de cuatro pesetas, pero tampoco me importaba mucho la representación. Solo trataba de jugar con los blancos. Tenía formato para convertirse en un paisaje viajado pero nevó y eso me puede.
El paisaje viajado "rosita" tiene los tonos de los pigmentos de la BASF que me regaló mi suegro hace muchos años y a los que echo mano de vez en cuando. Los resultados son, en todos los casos, mucho más cálidos que lo habitual.


Paisaje viajado rosita


Puente de san Miguel nevado

Tres dibujos

Me manda un amigo tres dibujos de los años ochenta, cuando coincimos en la redacción del Heraldo de Aragón en Huesca. Dos de ellos pertenecen a la serie Rincones del Alto Aragón: Benasque y Muro de Roda. El tercero, las escaleretas de la calle Palacio es uno de los temas que no me ha molestado repertir las veces que ha hecho falta. Sobre todo dibujado a plumilla, pero también pintado al óleo, ya que fue uno de los primeros temas que tracé el cuarto de llorar, cuando comencé a pintar con tonos sienas.



Muro de Roda


Benasque


CallePalacio

dibujo

Hay quien opina que el dibujo debe de estar en la base de la pintura. Yo he dedicado más tiempo a dibujar que hacer consideraciones por lo que supongo que mi opinión en este caso debe de limitarse a presentar los dibujos que he ido haciendo a lo largo de los años. Desde el primer autorretrato a lápiz, trazado un año antes de ingresar en San Jorge, o la primera Venus de Milo, al carbón, único dibujo que conservo de la escuela Superior de Bellas Artes, a los dibujos con lo que tenía a mano. Cada año ha tenido su ración de dibujo, a veces incluso aprovechando momentos de reuniones densas, en las que trazar líneas me sirve como elemento de concentración en los temas no siempre amenos.