Picasso y otros en el Reina Sofía

He de reconocer que la vez anterior que estuve en el Reina Sofía, para ver la tremenda exposición de Picasso pude acabar incluso harto de semejante cantidad de piezas del genio colocadas en un mismo espacio. Me gusta mucho más recorrer el Museo y encontrar de vez en cuando alguna de las obras, en exposiciones temáticas (que cuando sean del siglo XX contarán sin duda con una de sus piezas con independencia del procedimiento elegido por el curador o curadora de la muestra). O en alguna sala de dimensiones habituales en el espacio museístico dedicada a su obra.
La sorpresa esta vez no fueron las pinturas y esculturas de Picasso sino la extravagante coincidencia que se dio entre lo visual y lo sonoro en el momento en que me quedé, una vez más, embobado ante la escultura que preside la sala. No muy lejos había otro espacio en el que una exposición de imagen y sonido presentaba algo que debía responder al título de canciones para después de una guerra. Nada de particular durante uno de los muchos boleros que envolvieron los años cuarenta, que se oía con cierta audacia en el volumen. Pero en el momento en que me encontraba ante la escultura central, los altavoces comenzaron a gritar alguno de los himnos con que se pretendió envolver los boleros y cualquier otro sonido en los años cuarenta, cincuenta y más.
La mirada clara lejos y la frente levantada, van por rutas imperiales caminando hacia...,
delante de Picasso sonaba como a circo, a la hora de los payasos...








Pablo Gargallo está representado en una sala (demasiado de paso para mi gusto) con Gran Profeta. (Uno de sus descendientes se hizo la foto para una entrevista reciente del Heraldo junto a esa pieza. Pero hay otras esculturas de Gargallo, como este retato de la Garbo con tirabuzón que a mí me parece igualmente inmenso





Finalmente Miró, antes y después de La Masía. En esta sala en concreto, en la que encontré el Calder, bastante después.

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